miércoles, 11 de julio de 2007

Sergio "Tilo" González ve la música en aromas y viajes

Una ventana, un piano, la copa de los árboles, las aves urbanas, la foto de un indígena selk’nam sobre la mesa de trabajo son imágenes aptas para que Sergio Hernán González Morales (conocido como “Tilo”) desembarque en los terrenos de la creación en un viaje interior semejante al que lo condujo a componer “Los pájaros de arcilla” o “Los fuegos del hielo”, entre más de cien piezas de su autoría, que conforman la columna vertebral de la geografía musical de Congreso.

Nació el 9 de octubre de 1952, bajo la constelación de libra. Se rige por la fuerza oriental del dragón. Tilo al componer se desliza por ciudades, se aventura zonas ¿imaginarias?, por paisajes ancestrales arraigados en el impetuoso sur. Luego, escribe melodías-mosaico de texturas híbridas en canciones donde es posible el encuentro del mundo latinoamericano.

Es hombre urbano pero de provincia. Es tranquilo pero líder y es un gran intérprete. “Pero es curioso –dice- “que sea reconocido como mejor baterista que como creador”. Así es, incluso, se le atribuye haber superado la destreza del desaparecido Jaiva, Gabriel Parra -uno de los mejores del mundo-. Por sus méritos la Asociación del Rock lo reconoció en 1996 como el Mejor Baterista del país. A sus dones de intérprete hermana una labor tanto o más generosa, la de compositor. Hay que decirlo –aunque no le gustan los halagos- Tilo González es un creador clave en la música popular chilena -para saberlo no se necesita ser ningún especialista-.

También es curioso que su carné de identidad se lea ”El Puerto” en el lugar de nacimiento, en vez de indicar Valparaíso, ese ancladero de la arquitectura a punto del derrumbe que dejó cuando niño para crecer en un terruño aislado, el Quilpué de los sesentas. Maduró anticipado a los 17 años tras la muerte del padre y se enfrentó a la urgencia de “ganarse” la vida, pero antes -a los 11 años- recibió el primer sueldo: una caja de tallarines, tras ejercer funciones de músico en una kermés de la Compañía de Bomberos de Quilpué, recinto al cual la Fabrica Carozzi apoyó con algunos kilos de pastas a modo de remuneración para los artistas involucrados.

“Partí siendo músico sin saber, como a los 10 años. Mis hermanos eran mayores y estudiaron guitarra en el colegio. Tocaban pero faltaba alguien que hiciera ritmos. Eramos niños sin más intención que jugar. Tocábamos todo el día en la casa y cuando no, jugábamos fútbol con una pandilla de amigos de Quilpué”.

Algo más crecido asumió la pertenencia a la generación de las flores y la sicodelia con un inquebrantable pelo largo como estandarte de las utopias. Hasta hoy conserva la personalidad pacífica, templada en la juventud vivida en la consagración de hipismo. Y aunque es caudillo de la independencia tiene antecedente como candidato.

“Cuando estaba en las humanidades, la educación media de ahora, empecé a tener otra visión y a meterme en temas ya más de país. Llegué a ser candidato a algo del colegio”.

- ¿Postulaste porque tenías ambiciones políticas, Tilo?
- No. Lo que pasó es que ya teníamos un grupo y eso significaba que yo era más o menos conocido en la comunidad del colegio, además, era rebelde, idealista de pelo largo. El rector me decía que me cortara el pelo. Frente a eso, por supuesto que mis papás estaban en contra del colegio, -decían- “¿por qué el niño se tiene que cortar el pelo si es buen alumno? Nunca me corté el pelo, por eso me hice conocido en el colegio. Era como un líder.

- ¿Cómo te iniciaste en batería?
- Hasta ahí soy autodidacta absoluto, sacaba todo de “oreja”. Tocaba con tarros ni siquiera con un instrumento profesional. Con mis hermanos fabricamos una batería, que de lejos tenía aspecto de batería. Eran tambores. Mis papás tenían un emporio y vendían muchos dulces Ambrosli por eso había cajitas y cilindros de helados en la casa y con eso armamos algo como una batería, que tenía los pedales de madera con elásticos para que se devolvieran.

Hasta que en el cumpleaños 14 su padre se bajó del tren con una batería hecha y derecha de regalo. Al principio en la práctica seguía los pasos a los ídolos locales, otros bateristas a quienes les copiaba estilo o derechamente les preguntaba. Era temprano para pensar en componer.
“Antes del ‘68 nadie pensaba en crear música, sólo se tocaba cosas bailables o ambientales. De repente iba a un café y tocaba bossa nova suavecito pero como no tenía mucha técnica me era difícil tocar más suavecito”.

Luego de algunas lecciones musicales en el cuerpo gracias a un matrimonio de profesores particulares en Villa Alemana siguió la formación en el Bellas Artes de la Quinta Vergara en Viña del Mar. Le queda el recuerdo del tedio de los sábados en la tarde consumidos en la estricta práctica del la teoría y el solfeo.

A los 17 años de edad postuló al primer trabajo estable como músico. Se batió a duelo musical con un baterista experimentado y mayor. Venció con visible remordimiento.
“Mi primer ‘contrato’ fue en la discoteca Topsy de Viña del Mar. Tocaba con Toto, un organista brasilero. Postulamos dos bateristas pero quedé yo. Me dio ‘pena’ porque él tenía hijos, aunque yo también tenía una familia y no estaba mi padre. Era un trabajo de noche y de todas las noches que me habría mantenido feliz si me hubiesen gustado las luces y los excesos. Pero andaba en otra. Ya estaba haciendo algunas cositas de música más para el lado de los Congreso”.
Inscrito en Arquitectura de la Universidad de Valparaíso inició la educación superior. Se debatió a gusto por tres años con cátedras de arte, matemáticas y la manufactura de maquetas hasta que el golpe de estado de 1973. A la par hacía música, y es de esa etapa de donde se arriga su filosofía de artista.

“No sé si a todos les ocurre pero para mí la música es un camino. Si entiendes la música como un hacer no puedes andar pateando a todo el mundo, cerrando puertas”.

- ¿Qué piensas hoy de la Revolución de las Flores?
- Sé que ese momento parecía ideal pero me doy cuenta que realmente no se podía practicar. Es imposible que pueda ser realidad un mundo así. Ahora, trato de hacer el menos daño posible al entorno, trato de ir de irme por los espacios donde no pase a llevar a otros.

- ¿Mantienes algo de esos ideales de juventud?
- He mantenido firmemente mi manera de ser. Me cuesta dedicarle tiempo lo que no tiene que tienen que ver con la música, cuando siento que estoy traicionando lo que pienso. ¿Cómo poder vivir con lo que sí vine a hacer y no meterme en un carril que si es parte de la música no es lo que me interesa hacer?; eso a veces me llega a molestar.

De las chaquetas rojas a Congreso
En la década de los sesentas tres grupos musicales hacían furor en carnavales y colegios: Los Masters, Los Sicodélicos y los Hight Bass. Los Masters estaba integrado por los tres hermanos González Morales (Patricio, Fernando y “Tilo”), y por Fernando Hurtado. Los Sicodélicos emulaban a The Beatles liderados por Fanky -como se hacía llamar entonces Pancho Sazo- y Hight Bass, la agrupación viñamarina se conformaba por Claudio y Eduardo Parra, Mario Mutis, "Gato" Alquinta y Gabriel Parra. Todos, sin más ambición, proveían a la festividades de la época de ritmos bailables, cóveres varios y toda clase de tropicales. Todos, también, asistían a las actuaciones de riguroso uniforme, acorde a la usanza de chicos buenos de Liverpool y conforme al protocolo impuesto por de las orquestas de jazz en el Chile de los cincuentas.

“Nos juntábamos en las fiestas universitarias. Los Sicodélicos usaban chaqueta azul y Los Masters, chaqueta roja. Teníamos uniforme con insignia. Todos los grupos andaban con tenidas igual. En esto tenían que ver las mamás y los papás. Eramos como los juguetes de la casa. Nos vestían. Después vino un quiebre. Llegaron las flores, los pantalones rayados y nadie más usó uniforme. Empezamos vestirnos con colores y pelo largo”.

En el canje de uniformes por sicodelia los Hight Bass pasaron a llamarse Los Jaivas. Los Masters y Los Sicodélicos se fusionan para dar vida a Congreso, configurado por la trilogía de los hermanos González Fernando, Patricio y Tilo más Fernando Hurtado y Francisco Sazo.
Desde su inicio, Congreso, combinó colores instrumentales latinoamericanos con instrumentos eléctricos en una propuesta multifacética, nunca antes vista ni escuchada en latitud alguna. Participaron en el Festival de Nueva Canción Chilena por su filiación rockera con la atrevida hermandad de músicos que enriqueció la formación clásica de la herencia anglosajona que impuso la trinidad: guitarra, batería y bajo.

Congreso registró en 1970 el primer single, “Maestranza de la noche”, (EMI ODEON), poema de Pablo Neruda, musicalizado por Fernando González y “El cóndor pasa”, música de tradicional con texto de Francisco Sazo. Un año después lanzaron el primer disco de larga duración, “Congreso”, en el cual Tilo tuvo presencia con una sola canción, el resto era de su hermano Fernando y de Pancho Sazo.

El segundo registro fue “Terra incógnita”. Siguieron; “Viaje por la cresta del mundo”, “Estoy que me muero”, “Para los arqueólogos del futuro”, “Aire Puro”, “Pájaros de arcilla” y “Por amor al viento”. A estas alturas del conjunto, Tilo reconoce que usaban instrumentos vernáculos con bastante conciencia de lo que hacían. A la discografía que suma 16 discos se sumó el año 2002 “La loca sin Zapatos” y el 1 de agosto registrarán en vivo un nuevo cedé.

Tilo, desde aquella primera canción contra la guerra que compuso a lo que va del 2003 ha creado gran parte del repertorio de Congreso, ya sea en un cien o en un cincuenta por ciento de ese catálogo que aún escribe el conjunto, donde el factor sorpresa es un elemento a considerar. Aquel imponderable que sella la trayectoria de Congreso -nunca se sabe que pasará con ellos-, y acento que urdió más de una historia:

“Recuerdo una vez que un festival de un colegio un cura nos contrató. Fuimos. Tocamos y el cura estaba feliz. Al año siguiente, el cura contrató otra vez. Ya estábamos en otra y no sabíamos qué íbamos a tocar. Esa noche no estábamos inspirados, parece. Nosotros lo pasamos bien pero la gente empezó a retirarse. Esto se ha dado en muchos conjuntos que experimentan, por ejemplo, Los Blops cuando empezaron con Parafina también tuvieron momentos así. A Los Jaivas les sucedió lo mismo; Son grupos que se atrevieron a hacer música arriba del escenario”.

Es clásico de Congreso presentar algo distinto en cada registro, en una suerte de néctar extractado de experiencia musical pura, que apunta en sentido opuesto a la producción en serie. Quizá sería más simple para ellos hacer algunos temas más como “En Todas las esquinas” o como “Vuelta y vuelta” y con eso armar un disco, pero cuando Congreso aborda placas es cosa de profesionales. No en vano la familia musical ha estado integrada por la flor de la canela de los músicos en chilensis. En los iniciales ochentas estuvo Joe Vasconcellos. En 1984 entró Jaime Atenas. En 1986 Jorge Campos sucedió a Ernesto Holman. Luego, Aníbal Correa le cedió el puesto a Jaime Vivanco, y tras su muerte ingresó Sebastián Almarza, así quedó integrado el por el nuevo pianista Almaza, Tilo González, Francisco Sazo (voz), Hugo Pirovic (flauta), Jaime Atenas (saxo), Jorge Campos (contrabajo y bajo) y Raúl Aliaga(percusión).

Antes y después de Ginastera
Tilo descubrió su vocación de compositor luego que dejó la carrera de arquitectura y se trasladó a Santiago a la Pontificia Universidad Católica a estudiar Percusión. Ahí fue crucial la obra de Alberto Ginastera y Heitor Villalobos.

“Después de eso pensé: no hay nada más que escuchar. A pesar de que no tengo una gran discografía de Ginastera, me bastó con escuchar algunas cosas o las “Bachianas brasileras” de Villalobos. Esa música me representa”.

- ¿Por qué te dedicaste a componer?
- “Me dediqué a la composición quizá esa por la responsabilidad que siento para que fluya el amor y la paz, que, dosifiqué por lado de las decisiones. Cuando decidí dejar arquitectura y dedicarme a la música mis padres no tuvieron ningún drama pero el resto de la familia hizo escándalo. Tomé la decisión sin ni siquiera pensar qué estaba haciendo, qué estaba soltando. En composición fue lo mismo. Empecé a estudiar Percusión como un intérprete de orquesta. Ahí supe que se daba un taller de composición con Carlos Botto y me inscribí. Después tomé otro curso con Alejandro Guarello…”.

Y sí en rigor académico es discípulo de Guillermo Rifo, Carlos Botto y Guarello también, respondió a la búsqueda propia, como la de aquella fase experimental a lo Emerson Lake & Palmer’s a la chilena en la cual navegaron con el mismísimo Guarello y Ernesto Holman.
“… Con Alejandro (Guarello) tenemos una historia antes de que él fuera compositor y profesor mío. Tocábamos rock juntos en Viña del Mar. Nos juntábamos Ernesto y él para tocar Mussorgsky pero en guitarra, batería y bajo. Era una locura-rock. Vivíamos la música súper docta y queríamos ver cómo se podía hacer una música sinfónica con 60 instrumentos en un trío”.

- ¿Existen grabaciones de aquello?
- Tienen que existir. Creo que Alejandro las tiene, grabábamos en su casa. Con el tiempo nos separamos un poco. El se quedó en la cuestión docta contemporánea y abandonó el rock.
- ¿Qué veías en la composició en Chile cuando empezaste?- No estaban pasando cosas. En la música docta había algunas cosas con aires de cueca pero no tenían pasión, eran muy técnicas, como una cueca sinfónica. Eso hasta hoy se hace.

- ¿Cómo se logra el arraigo en lo popular?
- Es un misterio para todos. ¿Quién sabe eso?

- A ti te pasa ¿no?
-Sí, pero no sé qué pasa. Ojalá me pasara. Ojalá estuviese cerca de transmitir cosas. Nadie sabe si esto es de verdad.

- ¿Cómo funciona el proceso de la creación en ti?
- Es personal y variable. Respondo a imágenes y olores. Soy medio cinematográfico. Antes de la música tengo toda la situación en físico, la veo.

- ¿La ves?
- Sí. Veo la música.

- ¿Y después?
- N’a pues. Hay que escribirla. Mis canciones son como para adelante. “El viaje por la cresta del mundo” son lugares que ni siquiera yo he visitado.

- ¿Y los ves?
- Y los veo, los dibujo en la música.

- ¿Es como chamánico?
- Sí, pero soy un tipo bastante urbano. En un día como hoy, quizá llegue a la casa y me siente al piano y pueda hacer un arreglo. Los congresos tenemos esa actitud, la de vamos a tocar sin tanta historia con la técnica, la frase o el ajuste. No somos grandes técnicos en música. Ahora, hay muchos “cabros” chicos que miles de notas pero cuando hablas mucho y no dices nada: ahí está el drama. Es preferible hablar menos y decir más.

- ¿Cuáles han sido pasos decisivos en tu creación?
- Lo único que tengo claro es el antes y el después del computador. Añoro poder componer sin computador. Es la herramienta de hoy en que ves la música, la cortas, pegas y la imprimes. Recuerdo que cuando hice “Pájaros de arcilla” había un piano y estaba en pleno centro de Viña del Mar con la suerte de que cuando abría la ventana había una copa de árbol y en otoño se llenaba de pájaros, pero lleno, lleno de pájaros. Lo único que tenía de vista era ese árbol y pájaros. Abajo estaba la calle, la gente vendiendo pero no escuchaba ni siquiera los autos. Veía los pájaros y escuchaba pájaros, pájaros, pájaros. Así compuse todo el disco de “Los Pájaros de arcilla”, en ese mismo espacio.

- ¿Es un viaje o una crónica?
- Creo que es un viaje. A veces es un viaje a veces es una crónica. A veces uno saca cosas y otras veces te metes a explorar por algo que no habías visto, que no es físico, no es recordar un paisaje donde estuviste y caminaste, a veces sí, pero casi siempre no es así.

Desde su inciática canción contra la guerra por los setentas hasta la fecha actual, Tilo González es autor en un cien por ciento de:“A los sobrevivientes”, “A un cometa”, “Aire puro”, “Anden del aire”, “Angel donde estás”, “Angelita Huenuman”, “Antón el globero”, “El baile de todos”, “El barco fantasma”, “Barco en movimiento”, “La calle de todos”, “Canción de Nkwambe”, “Chatarras y cacerolas”, “El cielito de mi pieza”, “Coco loco (allá abajo en la calle)”, “El color de la iguana”, “Cumbia”, “De la playa sola”, “Del albatros o del amor”, “El descarril”, “Los despiertan del sueño”, “Los elementos”, “En el río perdí la voz”, “En la ronda de un vuelo”, “Escuela de las maravillas”, “Estoy que tiro la toalla”, “Exterminio”, “Los fuegos del hielo”, “Ha llegado carta”, “Has visto caer una lágrima”, “Hasta en los techos”, “Introducción escuela de las maravillas”, “La loca sin zapatos”, “Mi corazón en dos”, “Música para tu regreso”, “El navío terrible”, “Para ganarnos el cielo”, “Pasillo, Profesor manodura”, “Ritmos divididos”, “Si te vas”, “El sombrero de Rubén”, “Los sueños perdidos”, “También es cueca”, “Te pido una revolución”, “La tierra hueca”, “Tu canto”, “La última mirada”, “El último vuelo del alma”, “Un sueño perdido”, “Una señal de amor”, “Undosla”, “Viaje por la cresta del mundo”, “Voladita nortina”, “Volando con Buenos Aires”, “Volantín de plumas”, “Vuelta y vuelta”, “Y entonces nació” y “Yo te ofrezco mis zapatos”.

Y con esta extensa a cuestas piensa: “es curioso que sea más reconocido como baterista que como compositor, por lo menos en la calle y yo siento que he hecho más como compositor que como baterista. Oye, pero que tanto me hablan de la derecha si hay miles más que tocan más que yo”.

- ¿Qué temas te gustan de los que has hecho en Congreso?
- “Pájaros de arcilla” es un rico disco, el “Viaje por la cresta del mundo”, también, porque es muy simple, hay una conducción a un lugar y no puedes no subirte al carro, Después, hay algo en “Los fuegos del hielo” que tiene mucho de verdad.

- ¿Cómo trabajaste "Los fuegos del hielo”?
- Acá en Santiago. Puse frente mí una foto de un selk’nam, un indígena, y cada vez que me sentaba al piano ahí estaba, entonces como que empezamos a conversar (se ríe). En esto de componer hay mucho de lo desconocido, de las conexiones que uno tuvo antes. Ojalá uno pudiera transitar para allá y volver y adelantarse y volver y decir: no ya estuve ahí. Son huellas que uno va dejando de emociones, de decir, por aquí pasé; eso es la composición.

"Tienes que existir"
Tilo González recuerda que hace un año escribió la canción que dice “saquen a la loca sin zapatos del set”, un tema grabado por Congreso que fue como un augurio a los "realitis". Lo mismo ocurrió con “Estoy que me muero”, donde se habla del arco iris y ya vendrá”.

Desde hace un tiempo que, cuando Tilo toca cierra los ojos, pide a no sabe quién: ”Que yo sea el vehículo ideal para que todo fluya. Ni siquiera quiero mirarte ni me mires. Escucha y entrega".
Está casado con Mariela González, tienen dos hijos. No es maniático pero se asume perfeccionista cuando se trata de la creación, desde las manualidades y el maestreo casero hasta la sublime composición musical, oficio que comparte con su dupla Pancho Sazo, juntos son unidad musical ¿como Lennon y Mc Carteny?

“Claro. Basta que a Pancho le diga, por ejemplo, neblina, Valparaíso, los amantes y él sabe en qué pienso. O de repente le doy un título. A veces inventamos una historia o un nombre, por ejemplo la Loca sin zapatos, que es una historia inventada… bueno ahora ya no es tan inventada porque ocurre a cada rato”.

- ¿Qué te interesa desarrollar en tu lenguaje musical?
- Elementos que tienen que ver con la humanidad con sentirse parte y no allegado a algo, que te hagan sentir que existes porque tienes que existir. Mando un mensaje en lo que sé hacer con lo creo que deberíamos mirar".

Otro dato en la faceta creativa de Tilo son las experiencias musicales que realizó cuando fue por diez años profesor de Percusión en la Universidad Católica de Valparaíso.

“Hacíamos cosas raras para percusión. Tocábamos en un piso y los platillos sonaban en otro. Había una onda de experimentar. Ahí hay un mucha música que no creo que se vuelva a tocar”.
Baterista, compositor y ¿cineasta?

En estos últimos años Tilo se ha aventurado a trabajar solo. Lo hizo con Andrés Márquez, Magdalena Matthey, Alexis Venegas y Quelentaro, entre otros. Compuso la música de “La última huella”, el documental dirigido por Paola Castillo (2001) que obtuvo Mención Honrosa en el Festival de Cine de la Infancia y la Juventud en Mar del Plata, Argentina, el 2002 y trata la urgencia de registrar las últimas voces del pueblo austral, las sobrevivientes hermanas Ursula y Cristina Calderón, mujeres yaganas. Además, creo "Trozos para un coreógrafo", unas pequeñas piezas instrumentales para ballet con una canción que habla de un viaje en una balsa en un río. Y fundó el sello Machi, donde abre espacio a nuevos creadores.

- ¿Crees que has hecho un aporte al desarrollo del lenguaje musical chileno?
- Me siento convencido de que he sido uno de ellos, no el único. No sé ni que más abajo ni qué más arriba, pero sí lo soy. Y me he dado cuenta al salir afuera de Chile cuando “gallos” que hacen comentarios de discos de todo el mundo te dicen que es una maravilla. Pero tengo una yaya.

- ¿Cuál?
- Me canso de la onda del ídolo. No siento que sea para tanto. De repente es mucho. De repente no quiero que me digan más que les pasaron cosas. Sé que si fuera al revés sería súper frustrante, pero a veces creo que exageran.

- ¿Qué identifica lo chileno para ti?
- Estuvimos a punto de serlo. Fue justo antes del ’73. Los Blops que venían del rock y estaban cantando con Víctor Jara, estábamos conectándonos. Todo eso era brasiloide, para allá íbamos, a hacer folclore, jazz, rock. Eramos un conjunto en que pensábamos y soñábamos con las mismas ilusiones. Era un sueño que había que hacer.

- ¿Realizaste algo de ese sueño?
- Sí, pero a uno le queda el gustito malo de no poder compartirlo. No me puedo quejar porque estoy, toco, y el Congreso hace conciertos. No somos una empresa. Somos como olas que llegan, se van, vuelven y estarán toda la vida con más intensidad o con menos. Ayer, hablábamos con Pancho y llegamos a la conclusión de que esta balsa se va a ir un día igual pero se va a ir tranquila, nadie se va a dar cuenta de qué pasó, qué existió. Tal como salió.

- ¿Qué significa eso del Congreso de exportación en el afiche del concierto de agosto?
- Hay una ridiculización del momento. Es como algo lúdico ahora que toda la gente piensa en el libre mercado, las firmas y los convenios, entonces ¿cómo le vamos a poner Congreso de la cordillera a no sé donde? No pues. Tiene que ver con un juego, porque como fuimos a Estados Unidos en febrero y como vamos de nuevo ya creemos que somos gigantes y no es así.

- ¿Musicalmente se traduce en algo?
- En el último tiempo nos dimos cuenta de que lo que venimos haciendo por muchos años es más lo más exportable que tenemos.

- ¿Y qué hay de la supuesta internacionalización a través del leguaje del jazz?
- Para cualquier europeo o americano no somos un grupo ajeno a su esquema de melodía bajo piano, saxo pero cuando escuchan quedan "dados vuelta", porque los instrumentos que conocían suenan de otra manera; los mismos instrumentos tocados otra música son otra música.

- ¿Cuánto de la propuesta es comercial y cuánto es pura creación?
- Ningún músico que ya se meta en un disco y grabe un disco no tiene la ilusión de que esta cosa podría agarrar y podría vivir de eso. Ahí ya hay un grado de apuesta.

- ¿Tienes alguna nostalgia de tu trabajo musical?
- Más que del trabajo echo de menos algo en la actitud del músico: las pérdidas de tiempo, el ensayar cosas que nunca se tocaron, como un tema que ensayamos un año y nunca grabamos, se llamaba “Tarapacá”. Echo de menos el tiempo de la experimentación.

- ¿Qué significa improvisar para ti?
- No improviso para que la gente me aplauda sino porque uno necesita sacar cosas. No creo que los grandes solos se hagan para ser aplaudidos, se hace une acorde porque hay que hacerlo; esto hoy se olvida un poco.

- ¿A qué te gustaría dedicarte al cien por ciento?
- A componer, a hacer música para documentales, para el Congreso. Me gustaría estudiar cine. Colaboré en el video de la Mariela, mi mujer.

Lo del cine será materia de estudio de los cronistas del futuro y quizá sea curioso entonces que Tilo González sea más reconocido como cineasta que como compositor.

(2003 / Milena Bahamonde)

1 comentario:

Romina Leticia Millán F. dijo...

Amigos, les invito unas PAYAS para este 18. Salud!!